Álvaro Siza: un premio nacional de arquitectura que nunca quiso serlo
Imaginemos a un Álvaro Siza encendiéndose un cigarrillo, uno de sus asumidos y conocidos vicios, durante un jueves del mes de noviembre sumido en la tranquilidad de su estudio ubicado en el número 53 de la Rua do Alexio.
Alrededor de una mesa, delante de su vista cansada, los tonos anaranjados de la Ribera del Duero realzan las texturas de un lápiz: caóticas libretas repletas de dibujos y varias maquetas blancas de alguno de sus proyectos en proceso.
Suena el teléfono…
– “¿Don Álvaro Siza?”
– “Sí, dígame”
– “Ha sido usted reconocido con el premio nacional de Arquitectura española 2019”.
Se hace difícil adivinar el gesto de un arquitecto acostumbrado a obtener todo tipo de galardones y reconocimientos a lo largo de su trayectoria profesional, en cada uno de los rincones del mundo donde sus gruesas manos han esculpido centenares de obras y más si ha sido condecorado desde hace décadas con la máxima distinción de su gremio: el premio Pritzker de la Arquitectura.
Puestos a imaginar seguramente fue un gesto templado pero alegre, ya que ser el primer arquitecto no nacido en el país que se alza con el premio debe provocar algún tipo de cosquilleo agradable y precisamente, ahí radica su excepcionalidad.
¿Un portugués premio nacional de Arquitectura Española? Sí, pero no uno cualquiera. Álvaro Siza es un escultor frustrado que llegó a dedicarse a esta disciplina que ahora nos compete por respeto a la figura de su padre y a sus deseos de que se convirtiera en arquitecto.
Aprendiz de la experiencia de Fernando Távora y maestro de un Souto de Moura que siguió sus pasos obteniendo el Pritzker en el año 2011. Y, ¿cuáles son los porqués de que este galardón haya recaído en las experimentadas manos del ilustre arquitecto portugués? No es complicado de comprender…
Porque cada uno de sus trazos habla de una obra completa y expresan tantos detalles que superan cualquier imagen fotorrealista, algo de lo que adolece la profesión en la actualidad engullida por el voraz yugo del consumo masivo de imágenes.
Porque ha sido capaz de crear iconos aún sin haberlos concebido como tales, dando “los buenos días a la tristeza” en su famoso edificio de viviendas sociales de Berlín, generando algo más que espacios donde habitar: este será el inicio de una historia.
Porque su diálogo con el paisaje es indisoluble en cada una de sus obras, siendo capaz de aumentar los recursos estéticos desde donde resurgen nuevos horizontes y baños únicos en Leça de Palmeiras. Un juego de texturas enfrentado a la grandeza de la roca y que, en la actualidad, sigue esculpiéndose con el paso de los veranos y las olas del atlántico.
Porque es capaz de desarrollar una simplicidad que engaña a la vista, donde cada uno de los pasos perpetrados en sus proyectos nos hablan de exhaustivos estudios de los materiales, proporciones y la luz, que hace de su trabajo una brutal expresión de una casi perfección irrefutable.
Y es que desde el año 1956 nace su temprana personalidad, donde ya se atisbaba tras las cristaleras esculpidas entre rocas del restaurante Boa Nova una fulgurante capacidad creativa que se demarraba entre sus dedos.
Seguramente, el pensamiento colectivo siga en la misma dirección: el “porqué” ha ido a parar este premio dotado con unos tantos miles de euros de todos los contribuyentes a la figura de Álvaro Siza. Pero es algo meritorio para el más grande de los arquitectos de la historia reciente a caballo entre la tradición y la innovación que, de manera tímida pero decidida, ha ido aplicando nuevos recursos a una forma artesana de trabajar, multiplicando su conocimiento y herramientas para esculpir lugares donde apetece estar.
Hace unos años nos encontrábamos con la ya famosa pregunta del documental que se le formulaba a Sir Norman Foster ¿How much does your building weigh, Mr. Foster? Ahora es cuando nos preguntamos, ¿Cuál es su secreto, Sr. Siza?. La respuesta es tan sencilla como evidente y se encuentra recogida en las primeras líneas de este artículo. Su virtud radica en conectar emociones sirviéndose de una técnica depurada a conciencia, aquello que le aporta bienestar en cada uno de sus ejercicios proyectuales, de esta manera humaniza los espacios y los traduce en aptos para el disfrute de la observación de grandes obras en la Fundación Serralves o Ibere Camargo, estudiar entre los pasillos de la Universidad de Oporto, o dejar guiar nuestros pasos en proyectos más actuales como el Saya Park.
No estaba escrito en el destino que un arquitecto portugués enamorado del arte recoja dentro de unos meses un reconocimiento hasta ahora solo mudado a casa de profesionales del panorama nacional. Esta situación realza y potencia su elección, ensalzando su trayectoria de más de 50 años que va mucho más allá del mundo de la arquitectura, rebosante de merecidos reconocimientos para este escultor de espacios que mima cada uno de sus proyectos como si del primero de todos ellos se tratase, aunando cultura, arte y conciencia social.
Álvaro Siza, un premio nacional de arquitectura que nunca quiso ser arquitecto.
Autor artículo: Carlos Pérez Armenteros, arquitecto y co-director de Verbo Estudio.